LA FORTALEZA
Fue un 26 de junio. Lo recuerdo muy bien. La temperatura era más que agradable. Fue un día sin nubes y había un pedido para entregar en Wilde. Unas cajas de regalo de blends de especias Niña Federica. Las preparamos y las envolvimos con mucho cuidado. Les pusimos una cinta colorada. Un detalle, nomás. No importa como sea, siempre debe haber un detalle. Es lindo.
Tomé el pedido, subí a la KANGOO y emprendí el viaje. Estaba ansioso, no sabía con lo que me iba a encontrar. Últimamente mis viajes habían sido muy movilizadores. Hice una cuadra, dos más y el panorama de la calle era el de siempre. Autos, colectivos, camiones, gente de un lado para el otro. Al llegar a la bocacalle de Gral. Paz y Hernández en Ezpeleta, decido doblar hacia la derecha para ir por el bajo. No hice más que enderezar el volante para seguir mi camino, que de pronto no había autos, ni camiones, ni nada. ¡Qué suerte sin tránsito! Sin embargo seguí por diez cuadras más y no encontré ni un alma. Me preocupé. Decidí dar una vuelta a la manzana e ir en otra dirección. ¡Lo mismo! Nadie. La calle se había transformado en soledad e imaginé que no había nadie más en este mundo, que solo éramos nosotros con nuestras especias y Sofía quien nos había hecho el pedido. No me detuve, seguí por las dudas, no vaya a ser cosa que me detenga y alguien quisiera atacarme. No los veo, pero sé que están.
De pronto a lo lejos diviso una silueta en el horizonte. ¡Enorme! Un grupo de edificios enrejados. Muchos. Mucha gente. Llegué a la Fortaleza. Había un personal de seguridad de unos sesenta años, calculo. Me ve, me pide la documentación para ingresar y allí fui al edificio N° 35. Ya en la puerta mi dedo se clavó en el departamento 18.
-Hola, Soy Diego de Niña Federica….
-Hola, si ya bajo.
A los pocos minutos bajó una chica de unos veintitantos años. Muy agradable. Le pregunté cómo nos había conocido. Me contó. Le pregunté por el complejo y que nunca había entrado y que es gigante y hermoso. Es muy arbolado. Me llamaba la atención la cantidad de chicos y jóvenes que había paseando perros. Me di cuenta que estaba hablando demasiado. Ella me miró y solo dijo, ¡es especial! Ya se dará cuenta. Todo aquí es especial. Hay tiendas para comprar los alimentos, la ropa. Todos nos conocemos. Es muy tranquilo y seguro.
Mientras me hablaba, no dejaba de pensar en la soledad del afuera. ¿Sabrán que están solos en el mundo? ¿Qué afuera hubo un apocalipsis? Que hay zombies, marcianos, dinosaurios y toda una legión de monstruos que mi imaginación pudiera crear. Mientras, un par de parejitas de jóvenes, se hallaban hablando a solo cincuenta metros nuestro. Los note contentos. A otros lo vi jugando. Le dejé algunas recomendaciones para el blend dulce.
-Podes usarlo en los budines, en las galletitas, en el café o en un té.
Me despedí. Le agradecí por habernos elegido y se despidió también. – ¡Gracias a usted! Me desconcertó. Los jóvenes me tutean, pero ella no. Me fui. Me subí a mi KANGOO, encendí el motor y acomodé el espejo retrovisor. Y vi un joven de unos veintitantos años. Me vi a mí mismo ¡treinta años menos! Recién ahí comprendí la magia de ese lugar. Jugaban. Habían elegido ser jóvenes por dentro, por eso jugaban.
Mire nuevamente el retrovisor de mi KANGOO y pensé, imaginar es una forma de jugar, es una forma de rejuvenecer. Me aferré al volante y fui derecho a encontrarme con zombies, marcianos, dinosaurios y toda una legión de monstruos que mi imaginación había creado.