TÉ PARA DOS
Autor: Diego Ferrero
No siempre uno se levanta en la mañana con el estado de ánimo como para comerse al mundo. Hay veces que un pie le pide permiso al otro para avanzar y algunas otras, se ponen de acuerdo con cada parte del cuerpo, para hacer muchas más cosas de las que imaginamos.
Ese miércoles de noviembre me levanté particularmente raro, con todos lo sentidos a flor de piel. Los aromas y los colores eran más intensos y las melodías que provenían de la calle me sonaban a nostalgia.
A las diez de la mañana debía entregar un pedido en Lanús. Lorenzo nos conocía bien, en su cocina no podía faltar el cajún de Niña Federica. Sin embargo, esta vez había decidido sorprender a su papá con una de nuestras cajas de regalo. Subí a la KANGOO y a poco de avanzar, nostálgicas notas musicales se filtraban por la radio de la mano de de “té para dos”. Una vieja canción interpretada por Doris Day y la recordé sentada en el piano cantándola. Estaba bien de tiempo, así que estacioné cerca de una plaza y la disfruté. Inmediatamente pensé en Inés viviendo encerrada en el GPS buscando incansablemente a su amor en cada viaje, y con la canción de fondo la llamé.
-Inés ¿estás ahí? Pregunté.
-Sí ,,.sí, Estoy en New York guiando a un señor que va al aeropuerto.
-Pensaba, solo pensaba, sí estarías dispuesta a tomar un té conmigo, en algún lugar de Manhattan. – pregunté tímidamente.
– Por supuesto, te espero.
Y finalmente nos encontramos por primera vez en un pequeño salón de té situado en Morton Street. A ella le resultó fácil reconocerme porque vestía una camisa de manga corta con el logo en el bolsillo. De pronto una señora de unos setenta y tantos años se acercó y me dijo:
-Finalmente conozco al señor Niña Federica.
Una sonrisa se adueñó de nuestras caras. Nos sentamos a una mesa, pedimos té para dos y charlamos. Me contó acerca de ella y de su amor escondido, mientras la música seguía en el aire. Me levanté, la tomé de la mano y la invité a bailar, a tan solo unos pocos metros donde Doris Day cantaba sentada al piano. Ya se hacía tarde y tuve que volver. En New York oscurece temprano en noviembre.
Respiré profundo y al abrir los ojos nuevamente estaba sentado en mi KANGOO listo para cumplir con el pedido de Lorenzo. Todos los músculos de mi cuerpo se habían relajado. Lanús estaba cerca y ahora sé que New York o cualquier otra ciudad también lo están. Solo hay que cerrar los ojos. El resto del camino la pasé tarareando té para dos.