Una de Piratas, Filibusteros y Bucaneros
Autor: Diego Ferrero
Me molesta. Aunque suene feo comenzar un relato así, debo decir que me molesta cuando el pronosticador del tiempo dice que se aproximan tormentas eléctricas, ráfagas de viento, granizo y agua…mucha agua.
Razones tengo demasiadas, que se mojan las cajas, que se humedecen las etiquetas o que la calzada está resbaladiza; es que recorrer el Gran Buenos Aires con sol es una cosa, pero hacerlo en medio de una tormenta no es una cosa, es una epopeya y una aventura destinada para pocos.
Era mediado de marzo cuando tuve que llevar un pedido a la ciudad de La Plata justo cuando estaba cayendo el sol. Ni tiempo tuve de ver sus últimos destellos, porque de la nada el cielo se puso negro. Es como si Kandisnski o Dalí o alguno de los grandes artistas, se hayan limpiado las manos manchadas en cada nube que encontraban. Hacía cinco minutos que transitaba por la avenida Calchaquí cuando el cielo se iluminó y a los pocos segundos una explosión hizo tambalear a mi KANGOO. La lluvia que comenzó a caer fue terrible y el viento peor aún. El pobre limpiaparabrisas hacía lo que podía y delante de mí comencé a ver la inundación que avanzaba con olas enormes que obligaron a parar a un costado del camino; y fue ahí, en ese preciso instante que me di cuenta que llevaba una carga preciosa para Estela, “cuatro cajas completas de los Blends Niña Federica” y la imaginación nuevamente avanzó sobre mí. Quise mirar por la ventana, pero esta se había transformado en un ojo de buey y mi KANGOO en un antiguo galeón español navegando cerca de la isla de la Tortuga en el mar Caribe.
Siempre que navego estos mares debo tener cuidado porque es el reducto de famosos filibusteros y bucaneros, dispuestos a abordar mi nave y hacerse de un botín fácil. Una explosión resonó a estribor y las municiones de los cañones de una nave bucanera, pasaron raspando el palo mayor de mi viejo galeón. Me afirmé al timón y puse rumbo a babor. El cielo se seguía iluminando y detrás de cada chispazo un estruendo anticipaba la llegada de una bala de cañón. Esto ocurrió una y otra vez e hice lo imposible para alejarme de ellos. Finalmente baje una de las velas y aprovechando que tenía un motor fuera de borda pude escaparme de la cofradía de los hermanos de la costa.
La tormenta estaba amainando y la lluvia dejó de ser intensa, ya faltaba poco para llegar a destino. ¡Llegué! Me baje de mi KANGOO, crucé la calle empedrada y mojada de La Plata. Toque timbre en planta baja A
-¿Quién es? y una voz se escucho más que clara.
-Soy Diego de Niña Federica. Respondí.
La puerta se abrió y salió ella. Se alegró de verme en un día como ese. No pensaba que fuera a cumplir con la promesa de entrega. Me hizo pasar al porche de entrada para escaparnos de las últimas gotas de lluvia, mientras hablábamos de piratas, filibusteros y bucaneros.